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Odio eterno al fútbol moderno

Conversamos con la Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz (FRAC), los autores de un homenaje, tan divertido como nostálgico, al balompié más auténtico, más puro

¿Te acuerdas de cuando el Burgos jugaba en Primera? ¿Y de la piña que le dio Jesús Gil a Caneda? ¿Y del césped de Las Gaunas en plan patatal? ¿Y de los bigotes de Abadía, Carmelo o Galiamin? ¿Y del pedazo de temporada que hizo en Primera División el Lleida? “Goikoetxea, Salillas, Salenko, Otero, Giovanella, Paqui, Alexanko, Conte, Tendillo, Morales y Radchenko. Si sabes estos nombres estás del coco enfermo”.

El tema, Odio eterno al fútbol moderno, es una de esas reliquias ocultas que se esconden en YouTube; es un canto, tan divertido como emotivo, a la inconsolable nostalgia que provoca el constatar por enésima vez que el fútbol ha cambiado demasiado. Su voz, la de la combativa Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz (FRAC), es la de todos aquellos enamorados del balompié que crecimos despedazando Etruscos y lastimándonos las rodillas entre coches y arcenes mientras gozábamos del tan añorado fútbol noventero; los mismos que, “ahora que tiene el nombre de un banco la Primera”, echamos de menos aquellos tiempos (indudablemente) mejores, aquel fútbol puro e inocente en el que ningún sueño era inalcanzable.

 

“El fútbol ya no es lo que era”

 

Antonio Pareja y Karim Aljende, los dos incansables vocalistas de la FRAC, también pertenecen a este extraño (e irracional) grupúsculo que conformamos los románticos que, aun a riesgo de morir de hambre, nos empeñamos en nadar a contracorriente; en persistir en el intento de hacer cuanto sea posible para ignorar los incesantes cantos de sirena que provienen de las multinacionales en las que se han convertido los grandes clubes del panorama internacional.

Atraídos por las letras satíricas, reivindicativas y repletas de referencias futbolísticas que definen al grupo, nos encontramos con ellos dos para compartir una mañana en un escenario, completamente alejado de los deslumbrantes focos de la élite, que evoca bellos recuerdos en blanco y negro: el Narcís Sala, el feudo del histórico Sant Andreu. Desde allí, desde la fila 12 del gol sur de uno de los estadios más míticos del fútbol catalán, los dos cantantes de la FRAC, que acompañan a sus amigos de la Penya Sport en el encuentro de Tercera División entre el conjunto barcelonés y el Palamós, el decano del deporte rey en Catalunya; reivindican el balompié más modesto, el más auténtico. Porque, en definitiva, este es su fútbol; y se enorgullecen al recalcar que siempre que viajan por la geografía española acuden al estadio del club local para dejarse empapar de su historia, de su manera de entender y de vivir el balompié. Como aquella vez en la que tenían que actuar en el estadio del Unión Club Ceares justo después de un duelo contra el Praviano. “Cuando entramos llovía un montón. El partido se retrasó una hora, pero yo no me di ni cuenta”, recuerda Karim entre risas y cervezas, con el fútbol humilde ejerciendo como decorado de una conversación verdaderamente impagable.

“Nosotros, en la música, estamos en este nivel; por esto venimos al fútbol de Tercera. Estamos entre la Segunda B y la Tercera División. De vez en cuando jugamos alguna fase de ascenso o nos colamos en los octavos de final de la Copa, pero para nosotros esto ya es la gloria. Nosotros, lo que queremos es que, tanto en la música como en el fútbol, la Segunda B y la Tercera sean una cosa digna; que aquí, en lugar de haber la gente que hay, haya tres cuartas partes de la entrada porque es el equipo del barrio”, apunta Karim. Quizás puede sonar idealista, pero este es el utópico objetivo que persigue desde su nacimiento (2007) la Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz; un grupo autogestionado que lucha para mantenerse lejos del “capitalismo musical” y que rechaza emplear palabras como “teloneros” o “seguidores”. “No te creas fan, créete amigo. Y si vienes con nosotros, ven como compañero”, asegura el artista antes de remarcar que la FRAC cuenta con “decenas de militantes que tienen su carné porque aportan al grupo de manera desinteresada”. Y Pareja, enfundado en una camiseta del Racing de Avellaneda que le regaló hace unos años un amigo y que guarda con mucho cariño porque “ya me la dieron con un par de boquetes”, añade convencido: “La FRAC no es solo un grupo; es un colectivo, es una fundación. Nosotros no estamos en ningún pedestal. Somos los que ponemos la voz y los que la representamos, pero somos un colectivo de mucha gente que nos hemos ido conociendo a partir del grupo”.

“Genuinos, indomables, retratistas de la chalada claridad, raperos, futboleros, rebeldes de larga duración, narradores automáticos, jamaicanos por devoción, de lengua suelta, muchos reflejos y ritmo vacilón. Los raperos atípicos, gente libre con palabra y acento propio. Se salen del tiesto, se meten con los siesos del mundo, conjugan verbos molestos lejos del confort y del conformismo reinante, y arrancan sonrisas y guiños de complicidad”. Así es como definía el periodista Enrique Alcina a la Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz; un grupo que, a ritmo de dubmancero gaditancehall (un estilo, tan particular como la indefinible FRAC, que combina géneros tan diferentes como el rap, el reggae o el punk con la métrica del romancero gaditano y con la ironía ácida y el humor, dos elementos inseparables de la idiosincrasia de la ciudad del Submarino Amarillo); ha ido creciendo hasta el punto de sonar por todo el país y de estar haciendo alrededor de 60 conciertos al año, a pesar de haber sido continuamente invisibilizados por los grandes medios de comunicación.

 

“Nosotros, en la música, estamos entre la Segunda B y la Tercera División. Alguna vez jugamos alguna fase de ascenso o nos colamos en los octavos de final de la Copa, pero para nosotros esto ya es la gloria”

 

“Seguimos sin un duro”, matiza Karim con una sonrisa que tan solo se tuerce al reconocer las miserias de un mundo tan precario como el de la música y al subrayar la persecución que vive el rap en la actualidad (“a un rapero lo meten en la cárcel tres años y pico por sus canciones, pero en las radios más comerciales está totalmente normalizado que se escuchen letras que denigran a las mujeres, que son machistas o homófobas… Es un reflejo de cómo intentan tapar todo lo que está sucediendo con otras cosas”). Pero la gran victoria de la FRAC, además de haber podido tejer relaciones de amistad por todo el territorio nacional, radica en continuar alzando su voz para cantar contra el racismo, contra el capitalismo y contra los actos de aquellos que condujeron a este país hasta la peor crisis económica de toda su historia; para “intentar evidenciar que existe un modo de vida un poco más modesto y humilde, pero más digno contigo y con todo lo que te rodea; que lo importante es saber que, cuando no tienes dinero, la vida sigue”, sentencia Karim. Tratar de hacer lo posible para “abrir los ojos de la gente”; pero hacerlo siempre a través de la risa, del sarcasmo:¿Es que qué vamos a hacer? ¿Llorar? Nosotros no tenemos ni tanques ni misiles, pero tenemos la música”.

Por suerte, también tenemos el balompié. O, al menos, la ilusión idealizada de un deporte que, cual juguete roto por el inalterable paso del tiempo, “ya no es lo que era”, tal y como canta la FRAC en Odio eterno al fútbol moderno. “Da pena ver cómo ha cambiado el fútbol. Todavía quedan algunos pequeños resquicios del fútbol de antes; pero, con la entrada de las grandes empresas, el dinero y el capitalismo se han puesto aún más por delante”, señala Pareja. Y, tras confesar que su primer recuerdo futbolístico es un amistoso entre el Chiclana y el Schalke 04, continúa: “A nosotros, por ejemplo, nos gusta más venir a este tipo de campos que a los de categorías más altas porque allí es un control continuo. La policía, la seguridad; es caro… Aquí estás más tranquilo. Puedes tomarte una cerveza, comprarte un bocadillo… Algo natural, más de barrio. La esencia del fútbol, en definitiva. Puede que después veamos un partidazo de Primera y lo disfrutemos igual, pero sabiendo que este es nuestro sitio”.

 

“Nosotros no tenemos ni tanques ni misiles, pero tenemos la música”

 

Porque este es el fútbol con el que disfrutan los dos vocalistas de la FRAC: el de los campos sencillos, el de aquella época idílica en la que “equipos que jugaban en Tercera División o en Regional Preferente, como el Puerto Real, el Portuense o el Chiclana, metían a 1.000 personas en el estadio. ¿Por qué ahora van 100? Por los malditos horarios, porque desde el viernes por la noche hay partidos en todas las franjas horarias… Hace un tiempo, un colega me comentaba que su abuelo siempre le decía algo muy significativo a la gente que iba al bar a ver al Madrid o al Barça: ‘¿Pero por qué veis fútbol en la tele si en el pueblo hay un campo?’. Y es que es verdad, cojones. Si en el pueblo hay un campo de fútbol… Al que le gusta el fútbol y es de Cuenca, por poner un ejemplo, ¿por qué es del Madrid o del Barça de manera natural y no se plantea ser del Conquense?”, lamenta Karim. Y, a uno, le viene a la cabeza el triste tuit, extremadamente acertado, que publicó hace una semana un sufridor hincha del Mérida: “El día que el Mérida baja, la plaza de España está llena de gente celebrando otra Champions League más del Real Madrid. Esa es la mayor derrota de todas”.

Porque, tal y como nos sucede a muchos desilusionados futboleros, el balompié que emociona a los dos cantantes de la FRAC no es el actual; es el de las décadas de los 80 y los 90, el de aquellos tiempos en los que los aficionados de clubes como el desaparecido Club Deportivo Mérida, el predecesor del Mérida Unión Deportiva y de la actual Mérida Asociación Deportiva, disfrutaban de la Primera División. “Aquella es nuestra época dorada en esto del fútbol. Tú me preguntas a mí sobre la liga de la temporada 10-11 y no tengo ni idea. De la 10-11, como mucho sé de la liga del Pro Evolution… Pero tú me preguntas sobre la 94-95 y recuerdo hasta… ¿Tú sabes contra qué equipo jugó el Zaragoza en la segunda eliminatoria de la Recopa que ganó en 1995? Contra el Tatran Prešov de Eslovaquia. Nosotros en esa época jugábamos a los tapones, lo que serían las chapas en el resto del mundo… Eran tapones de vino que se rellenaban de cera y se limaban, y según el tipo de tapón eran delanteros o defensas. Era toda una ciencia. Total, que yo me hice el Tatran Prešov con los tapones”, destaca el cantante gaditano. Duele pensarlo, pero quizás aquellos tapones y aquella liga del PES eran más auténticos que el fútbol actual. “Nosotros, con nuestros colegas, jugando al Pro en nuestro local… Para mí, aquello era un fútbol más real que el que puedes ver hoy en Canal+ Liga, responde Karim, que aún recuerda el primer día que vio jugar a su Cádiz en el Ramón de Carranza: “Fue un partido contra el Murcia que acabó 0-2 [88-89]. Al ‘Mágico’ González, todo un ídolo para la afición, le llamaban ‘cucaracha’. ‘¡Quita a la cucaracha esa!’, le gritaban al entrenador [David Vidal].

La dolorosa nostalgia por el balompié de antaño, por el fútbol de Goikoetxea, Salillas, Salenko, Otero, Giovanella, Morales y Radchenko, también es plenamente evidente en Pareja. “Hay personas que, después de 15 años sin hacerlo, escuchan estos nombres y les cae una lágrima porque les vienen a la cabeza recuerdos muy gratos. A nosotros es una época que nos marcó, y que te queda para toda la vida. Hemos coleccionado estampas, hemos comprado la Guía Marca, hemos tenido los PC Fútbol… Entonces, acordarte de estos nombres es… Vamos, yo hoy he venido aquí [al Narcís Sala] y lo primero que he hecho ha sido preguntar quiénes eran los entrenadores para ver si era algún futbolista retirado que conociéramos. Son cosas de la infancia. De hecho, en Odio eterno al fútbol moderno incluso hay nombres de jugadores que ni siquiera vimos jugar… Pero, si te gusta el fútbol, si eres un enfermo de este mundo, sus historias las conoces. Y nosotros somos unos enfermos”, admite orgulloso.

He ahí el gran problema, la enorme contradicción. Hoy, los románticos del fútbol somos como el yonqui que conoce absolutamente todas las terribles consecuencias que le acarreará la heroína, pero continúa consumiéndola porque siente que la necesita para soportar los golpes de la vida; como el incansable enamorado que sabe que nunca obtendrá ninguna respuesta, pero sigue llamando una y otra vez a la misma puerta. Como el que sabe que el Mundial no es más que un producto pervertido y mercantilizado hasta límites insospechados, pero se sentará delante del televisor para devorar todos los encuentros, desde la final del torneo hasta el partido entre Panamá y Túnez de la tercera jornada del Grupo G. “Este año vamos con Irán. Tiene opciones de ganar el Mundial, seguro”, asevera Pareja. “Yo, desde chico, siempre he ido con los equipos africanos y con los árabes”, añade sonriente Karim, el mismo que en un tema para La Tuerka canta que “ojalá la Eurocopa la gane Azerbayán, que Corea del Norte gane el próximo Mundial”.

“Vivimos en una constante contradicción de la que no podemos escapar. Sufrimos el odio eterno a lo que es hoy el fútbol y a los negocios que se mueven alrededor de él, pero nos gusta y seguimos disfrutando del juego”, subrayaba hace unos meses Toni Mejías. Y de esto se trata, básicamente: de continuar gozando del fútbol, aun sabiendo que ya no tiene nada que ver con aquel bello deporte que aprendimos en los patios de las escuelas mientras nos creíamos súper estrellas. “Aunque nos dé asco la cúpula que lo dirige, hemos intentado mantener el vínculo con el deporte. Nosotros creemos que el fútbol es una manera de conectar, un punto de encuentro social y una manera de afrontar un montón de cosas chungas de la vida”, enfatizan Karim y Pareja, propietarios de una interminable colección de camisetas exóticas entre las que se cuentan la del Metalurh de Krasnoyarsk (Siberia), la de Mozambique o las de clubes de accionariado popular como el Orihuela, antes de declararse acérrimos aficionados de todos aquellos equipos que, como el Sankt Pauli o el Rayo Vallecano, pelean desde los infiernos del fútbol para demostrar que la esencia del fútbol no está en la Champions League, en los estadios/cines, en los clubes/multinacionales, en los socios/espectadores; que en medio del manicomio en el que se ha convertido el balompié constituyen un oasis para los nostálgicos, un agradable refugio para los valientes. 

Desde nuestras canciones y desde nuestra forma de ser, siempre intentamos que crezcan estos clubes de accionariado popular y estas graderías limpias de fascismo, de homofobia y de machismo. Siempre los proyectamos como un ejemplo a seguir”, afirma Pareja. “Yo lo que he sentido en el campo del Ceares o del Ciudad de Murcia es algo muy grande…”, empieza Karim; y su compañero en la Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz continúa: “Es que es esto… Estar en la grada y sentirte parte de una familia, de un grupo de gente, de un colectivo que rema junto hacia un mismo lado. Esa sensación de estar tranquilo en la grada, entre amigos… Y esto en el campo del Ceares se nota un montón. ¿Por qué? Porque te une sentimiento con el club, porque sientes que es tuyo y de la gente con la que estás sentado”.

 

“El fútbol es una manera de conectar, un punto de encuentro social y una manera de afrontar un montón de cosas chungas de la vida”

 

De ahí, de su enfermiza e inquebrantable pasión por el deporte rey, nacieron Odio eterno al fútbol moderno (alrededor de 700.000 visitas en YouTube), Odio eterno al fútbol moderno Vol. II y El Opio del Barrio, un podcast en el que las dos voces de la Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz hablan de fútbol local y popular, “del fútbol que nos gusta a nosotros en realidad”. “Es una manera de reconectar con un fútbol que quizás ya no existe como tal”, reconoce Karim con una desgarradora melancolía. “Quizá sólo nos quede la pataleta. Quizá nos reunamos, creemos asociaciones de resistencia o fundemos medios alternativos que ignoren el nuevo escenario y mantengan vivo el que conocimos en nuestra infancia”, proclamaba Axel Torres en el #Panenka71. Y, ciertamente, llegados a este punto de no retorno, quizás solo nos quede escuchar Odio eterno al fútbol moderno, mientras una sonrisa rota se dibuja en nuestro rostro y una triste lágrima de nostalgia recorre nuestras mejillas, constatando una vez más que ese balompié del que nos enamoramos cuando éramos niños jamás volverá.